sábado, 30 de marzo de 2024

El paso del tiempo, un molino abandonado.

 Comenzó la primavera, y como os podéis imaginar la explosión de colores, es cada día mas intensa. Las visitas al campo en esta estación son las mas propensas a sacar fotografías con unas tonalidades maravillosas, ¡ ojo! no quiero decir que en otras épocas del año no se puedan sacar fantásticas fotos también, no podemos olvidar que en verano, aunque el intenso calor apriete, hay unos maravillosos atardeceres y amaneceres, para soñar, el otoño nos deja en el campo una luz tenue y nostálgica y en el invierno los azules, grises, blancos, nos permiten sentir sensaciones y recuerdos de hogueras, chimeneas y lectura. 

                                                                       Campo en Primavera

Así que cualquier época es fantástica para recordar a través de una foto, y en aquel pueblo mas todavía. Cuatro calles, una plaza, un camino hacia un castillo que ya había pasado a mejor vida y del que quedaban un torreón derruido y tres paredes, además de unos escritos de la época y varios libros guardados como oro en paño, que se mantenían en cristal a la entrada de su pequeño ayuntamiento a la vista de residentes y curiosos, residentes, Manuel( el Alcalde), Tomas y Lucia, Herminia y Joaquín (agricultor y ganadero) y Sofia la maestra de la zona, que aunque en Peralillos del Sorbe que así se llamaba aquel pueblo no había niños, ella cada día recorría los doce kilómetros que la separaban del siguiente pueblo, donde daba clases a quince niños agrupados en el pequeño colegio rural que había por aquellos lares. Había otro camino detrás de la casa de Herminia y Joaquín en el que a lo lejos se distinguía un gran molino. De lejos parecía majestuoso, rodeado de encinas y campos de cultivo.

                                                              Pueblo en Primavera

La verdad es que me llamo la atención. Saque mi compañera de recuerdos de mi mochila, prepare mi objetivo, y me puse a caminar hacia aquel gigante, que mientras caminaba, me hacían recordar las andanzas de Don Quijote y Sancho por las tierras de la Mancha. El paisaje era bellísimo, encinas, cielo azul, sol, y el campo con miles de colores para inmortalizar, así que saque fotos en diferentes perspectivas, ,incluso me tire al suelo para fotografiar el ir y venir de una interminable fila de hormigas, que trabajaban sin descanso. Montículos de tierra que sobresalían del camino y que vistos desde el suelo con mi cámara parecían grandes montañas de arena. Me levante y proseguí mi camino, los clics de mi cámara eran continuos, flores, mariposas, piedras, todo es importante para recordar. Estaba sorprendida de lo largo que era el camino hasta el molino, pero a medida que avanzaba, me iba dando cuenta que algo tenia aquella edificación que no me cuadraba. Dos metros me separaban de el, y me invadió un poco la tristeza, un gran agujero en el, ya me dejo claro que aquel molino no estaba en uso. Di una vuelta alrededor de el y entre en su interior. Parte de su estructura estaba en el suelo, y aunque las aspas todavía estaban en pie ,lo de dentro demostraba su abandono, recuerdos de otros tiempos, un pequeño ventanuco arriba que dejaba ver un trozo de cielo. Al volver, la verdad es que con la sensación de no haber encontrado lo que esperaba. El pueblecito se veía compacto y muy bonito, con el fondo de las flores y las montañas de fondo, por supuesto, hice todas las fotos que pude y al entrar de nuevo al pueblo, me encontré con Manuel, el alcalde, al que le pregunte por aquel abandonado molino, y del que me conto que hacia muchísimo tiempo que su dueño, el terrateniente de aquellas tierras había abandonado su casa, su molino y todo lo que le pertenecía para irse a hacer las Américas, y nunca mas volvió. Ni siquiera sus familiares, se asomaron nunca por allí, por lo que al ser una propiedad privada, nadie se había atrevido a arreglarlo y ponerlo en marcha de nuevo. 
                                                                     Molino de pueblo

Le propuse a Manuel buscar información sobre aquellas gentes, y tratar de encontrar algún familiar de aquel terrateniente, así que prometí volver para en la medida de lo posible poner en marcha aquel gigante... ¿o eran molinos?, habrá que preguntarle a nuestro hidalgo caballero Don Quijote. ¡ Hasta la próxima aventura de mi cámara y yo. Gracias por llegar hasta aquí.

sábado, 16 de marzo de 2024

La sensación de volver

 Hace mucho mucho tiempo que no dejaba plasmados mis pensamientos, mis sensaciones junto a mi gran compañera silenciosa, mi cámara de fotos. Han sido años en los que la humanidad ha pasado por diferentes y dolorosos procesos, no entrare en detalles porque todos conocemos cuales son  y todos hemos evolucionado con los cambios, nos hemos dedicado a otras cuestiones, o simplemente no hemos continuado el camino que llevábamos haciendo durante mucho tiempo. La que no ha cambiado es mi compañera, ella sigue igual, un poco mas paralizada de lo normal pero la misma carcasa, el mismo objetivo, las mismas ganas de salir y crear momentos únicos y recuerdos imborrables. 

                                                      Imagen sacada de internet

Después de ese tiempo decidí salir y recorrer aquel bello lugar rodeado de mar, donde las brisas del norte y del sur se entremezclaban en las montañas, llegando a batirse en un duelo de titanes, trayendo y llevando las nubes hacia uno y otro lado, sin saber muy bien porque. Pero en aquella mañana yo estaba en la zona sur de aquella isla, y según contaban los lugareños, aquella zona, estaba rodeada de un microclima especial, es decir, que a veces aunque la lluvia llegase a ciertas zonas, allí se mantenía seco y con temperaturas muy agradables. Paseaba por la orilla del mar y en aquel paseo por la playa no había demasiado que fotografiar, mas allá de agua, olas, cielo y a lo lejos, la ciudad. Los edificios de la zona estaban bastante deteriorados por la actividad del mar y las corrientes de aire del invierno, sin embargo, otros se veían recién acabados y listos para recibir a todo aquel que viniera a visitar ese maravilloso lugar. Me senté a ver el mar, y a reencontrarme con sensaciones que hacia tiempo no vivía, la brisa por supuesto ayudaba. El sol empezaba a caer, era Marzo y todavía los días no eran demasiado extensos y la noche se adentraba aun rápido entre el cemento y el mar. 

                                                               Imagen sacada de internet

Mientras estaba sentada y fotografiando esa caída del sol, no me di cuenta que alguien se había sentado cerca de mi, lo mire y simplemente me dio las buenas tardes, a lo que yo conteste igualmente. La mujer me pregunto sobre mi cámara, y entablamos una conversación, la verdad es que no se en que punto nos desviamos de la fotografía y comenzamos a hablar de recuerdos y sentimientos. Pero allí estábamos, contando donde habíamos estado, que ciudades habíamos visitado y que vínculos habíamos forjado en aquellos lugares. Después de mas de una hora de charla, Maria Luisa que así se llamaba aquella mujer, tenia que irse, quedamos para seguir nuestra conversación para unos días mas tarde, en el mismo lugar. Ya era de noche, y sin trípode mi cámara ,a pulso, no era capaz de centrar la imagen, pero me quede sentada un rato mas, escuchando el mar, negro, oscuro y enigmático.

                                                        Imagen sacada de internet
 Cerré los ojos por un momento y creí estar en otro lugar, aquel que un día deje atrás y en el que mi cámara y yo nos sentábamos a ver el ir y venir de las olas acompañado de un olor a eucalipto que emanaba tranquilidad, salud y una energía vibrante. Y por un momento, tuve la sensación... de volver.         

martes, 20 de octubre de 2020

Cuando el frio llega....

 Uffff!!! hoy al abrir el blog y ver la fecha de la ultima publicación la verdad es que me he asustado. Desde el 2016 sin poner en marcha este rincón de lectura ,muchísimo tiempo, y si tengo que buscar un motivo para contaros porque, podría decir muchos, o los de siempre, no he podido, el trabajo, mis hijos, mi casa, pero aunque en parte es cierto, la verdad es que había dejado de escribir porque las redes sociales me quitaron ese lugar, donde poner en marcha mis ideas, mis sueños y porque no decirlo, mi imaginación para escribir. Es increíble, como nos metemos de lleno en ese mundo donde compartir en tiempo real es lo que te mueve, contar lo que haces, publicar tus trabajos, contar parte de tu vida te absorbe , y lo hace de tal manera que ya no puedes parar... O si. En este momento, acabo de parar y decidir que tengo que volver a retomar y contar lo que guardo en mi mochila de viaje junto a mi cámara, como antes, como siempre.

Y así comienza de nuevo esta historia de esta vieja mochila y esta vieja cámara de fotos y esta vieja mujer que pretende guardar cada instante, cada lugar, cada rincón y cada momento para que en tiempo real y a través de mis fotografías pueda acordarme de todo lo vivido. Y la verdad es que cuando llegue a aquel puente de piedra, lleno de humedad y vegetación sentí frio, se colaba entre mi abrigo, entre mi piel, en aquel bosque lleno de rincones oscuros que pretendían oponerse al sol, cruzando sus ramas para imponer su poder natural, y aunque el sol aprovechaba cualquier pequeño rincón para colarse era difícil buscar un lugar para quitarse el frio. La época del año tampoco acompañaba, el otoño se había adentrado en cada rincón y aunque durante el día la temperatura era agradable, cuando el sol se marchaba hacia otros rincones del mundo, las sombras de la noche acompañaban a una brisa ligera, fría y húmeda. Mi cámara también sufría esa humedad, le costaba aclimatarse a las ordenes de disparos que mis manos le ordenaban, y parecía revelarse a trabajar, pero yo mandaba y a aquella vieja viajera no le quedaba otra que seguir respondiendo. 

Imagen sacada de Internet

Mire a mi alrededor pensando en que tenia que tratar de salir hacia un lugar donde poder resguardarme, la noche iba a llegar y mis huesos ya no estaban para dormir a la intemperie. Cruce el puente de piedra, debía caminar para saber adonde iban a ir a parar mis pies. Mientras caminaba, dejaba constancia de donde venia, clics y mas clics, guardaban toda aquella información. Parecía que aquel sendero no terminaba nunca, y que el bosque me engullía con sus ramas. Después de un tiempo caminando y casi de noche, a lo lejos se asomaron unas pequeñas luces, camine hacia ellas, a estas alturas, solo quería darme una ducha de agua caliente, comer algo y dormir, sobre todo dormir, había sido un gran día pero un día pesado y duro de camino. Las luces no eran otras que un pequeño pueblo de casas de piedra, pequeñas y apiñadas, y que lo mas grande que había era su plaza, donde dos o tres bancos de piedra, un bar pequeño y el ayuntamiento, decorados con tres arboles, de tronco delgado y ramas endebles, decoraban la zona mas importante del lugar. Al entrar en el bar, dos mesas ocupadas, con unos lugareños jugando a las cartas y un hombre de mediana edad detrás de la barra, todo se detuvo por un momento, me miraron y se miraron, bueno, era lo normal, casi anocheciendo, alguien entra de pronto en su lugar casi de culto diario, donde se disciernen temas peliagudos de mas allá de sus limites de tierra, la rivalidad con los pueblos vecinos, el nieto, la hija, y la vecina que hoy a visitado el hospital, mas allá de eso, yo, era la extraña llegada de pronto.

Imagen sacada de Internet

Después de hacerme un autentico chequeo visual y preguntarme hasta donde había comprado mi mochila, me ofrecieron un plato de un caldo espectacular, calentito, queso, pan y un buen vino, lo que hizo olvidarme de aquella humedad y aquel frio vivido momentos antes. Me ofrecieron una habitación en la parte de arriba de la casa y un buen desayuno al día siguiente, que mas se podía pedir. Y entre aquellas sabanas duras, casi de cartón y las dos mantas, fui cerrando los ojos recordando todas las imágenes de aquel fantástico día. y dejando para mas tarde.... mis próximas aventuras junto a mi vieja cámara.

sábado, 20 de agosto de 2016

Entre Campos de Trigo...

No, no se me había olvidado que estáis ahí, aunque parezca que si. Hace mucho tiempo, que tengo cosas por contar, pero a veces, los caminos dejan diferentes huellas, diferentes pasos, diferentes épocas y lugares.Pero... volví, con la mochila y por supuesto, mi compañera de rutas.
Nuevamente, enfocando, soñando y contando historias, sueños y anécdotas de todo este tiempo que ha pasado.
Y es que sin duda, se que habéis pasado, habéis leído y habéis comentado las antiguas historias, viejas historias, que en el transcurrir del tiempo, han quedado aquí.
Y tras esta declaración de intenciones, vayamos a lo que de verdad importa, que es lo que realmente es importante, que es nuevamente comenzar esta aventura.
Y comienza de una manera inmejorable, en el camino árido de un pueblo perdido, de cualquier lugar del mundo, donde la tierra seca, el cielo azul y el amanecer se unen en una sola conjunción, y donde parada mi mochila bajo mis pies, y mi cámara encendida, comprenden que llego el momento de pararse, observar y formar parte de ese entramado de sensaciones que despiertan en mi esos parajes. Calor, mucho calor en la recién estrenada salida del sol, ese que en mitad de la mañana, castiga los sentidos, haciéndote ver cosas que no son, o que realmente no están ahí. Mi objetivo se fijo en el campanario lejano, el zoom iba y venia, a expensas de lo que realmente quería captar. Imposible, coger na buena imagen de aquella cúspide de piedra con aquel calor, y con aquella lejanía. Así que no quedaba otra, que volver a colgarse la mochila sobre los hombros y comenzar a caminar, a medida que caminaba, el sol tenia mas fuerza, esa mínima brisa de aire caliente, para lo único que servia era para mover el trigo seco, que estaba a punto de ser recogido, y que me encantaba escuchar según caminaba, porque me recordaba a mi infancia, los veranos en casa de mama Luisa, eran momentos espectaculares, en los que los juegos, el sol, el verano, y la comida de mama Luisa eran lo mas importante. Gracias a ella conocí estos momentos, estos, y todos los vividos en mis viajes, guardados cada uno de ellos en mi memoria, ella fe quien me regalo mi primera cámara de fotos, pequeñita, apenas sin tecnología, y carrete tras carrete, todos y cada uno de aquellos veranos, viajaron conmigo a través del tiempo. Un tiempo que siempre le agradecí, porque me ayudo a mantener una pasión que nunca se escondió, que siempre ha estado ahí, y con la que vivo a día de hoy, La Fotografía.
Sin pensar, y después de todos aquellos pensamientos que me habían llevado a otros tiempos, el campo de trigo había quedado atrás, y entraba en aquel pequeño pueblo, con casas de adobe y pizarra negra. Dos arboles, coronaban la plaza, a la cual llegue en pocos pasos. Dos arboles y una fuente, alrededor unos arcos de piedra, que sostenían los tres edificios principales, el Ayuntamiento, el Centro de Salud, y un pequeño bar. Dos mesas de madera, con cuatro sillas y un calor infernal, así que me fui de cabeza hacia allí. La puerta estaba desgastada, roída por el tiempo, y con el ruido, todos  se volvieron hacia mi, todos... el Señor que atendía detrás de la barra, y dos personas mas, que sostenían un pequeño vaso de vino entre las manos, dándome los buenos días y la bienvenida al pueblo. no de ellos se levanto, y me estrecho la mano, soy Tomas, el Alcalde me dijo, que ¿es usted de algún periódico?, me pregunto.
No, soy Maite, le dije, una mochilera de recuerdos, le dije. Tras un rato de  conversación, en la que le tuve que explicar lo que hacia allí, porque y para que, y tomarme la botella de agua y el bocadillo de jamón, por cierto, muy rico, volví a retomar el camino, hacia aquel campanario que había visto de lejos. Pequeña, casi derruida, fotos, de cada rincón, y sobre todo de la piedra desgastada, que me había llamado tanto la atención. Y volví a caminar, y tras dejar aquellas casas atrás, todo el paisaje era mio, campos verdes, una arboleda a lo lejos, y las montañas mas lejos aun, pero sin duda, una visita a un pueblo perdido, un camino largo, seco y caluroso...todo sea por visitar y recordar a través de mi compañera, que estuvimos allí...